Cuestión estructural
Gabriel U. García T.
Platón,
en “La república”, escenifica un diálogo entre Sócrates y Glaucón sobre el
principio de la justicia. En un determinado momento, el primero se limita a
escuchar y Glaucón, a quien no le faltan luces, afirma: “a juicio de los sabios la apariencia vence a la realidad y es señora de
la dicha”.
A
diario vemos imágenes, en redes sociales
o programas informativos, de como en las ciudades, especialmente de América
Latina, los policías municipales mantienen abiertos combates con vendedores
ambulantes. De su lado, los alcaldes, esmerándose por mantener ciudades
ordenadas donde no impere el caos; centrando sus esfuerzos en combatir este
tipo de venta que, desde su óptica, atenta contra el ornato y perjudica el
comercio formal. Entonces surge una pregunta de fondo: ¿Es más importante la
apariencia que la realidad?
En el
Ecuador, los datos del Instituto Ecuatoriano de Estadísticas y Censos, en el
reporte de marzo del presente año, reflejan un país donde el 61,5% de la
población, en edad de trabajar, no tiene empleo pleno, es decir, un trabajo con
un sueldo igual o mayor al salario mínimo. Las causas para esto son varias
pero, seguramente, una de las variables más importantes, tiene que ver con
nuestra propia concepción de la ley. Tenemos normas que, según el Código Civil,
mandan permiten o prohíben. No hacemos leyes que impulsen o estimulen.
Si a
esto se suma el abuso que, en determinadas jurisdicciones, se produce, tenemos
una ecuación que no favorece al emprendimiento y con ello la generación de
empleo para erradicar la pobreza.
Las
consecuencias están a la vista: emigración, venta informal, taxis no
legalizados e, incluso, problemas muchísimo más dramáticos como la prostitución
callejera y el micro tráfico de drogas.
Entonces,
la cuestión no se va a resolver con el uso de palos y toletes eléctricos. La
solución apunta a un gran diálogo nacional que incluya un cambio de visión para
tener normas que, no solo prohíban y persigan, sino estimulen y generen,
especialmente, nuevo empleo pleno. Como decían los antiguos, la calentura no
está en las sábanas.
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