lunes, 23 de abril de 2018

Artículos en "La Hora"

Sancho

Gabriel U. García T. 

Hay libros a los que siempre se vuelve. El otro día, por invitación de mi amigo Ángel Martínez, tuve que preparar algo, muy breve, sobre El Quijote. Fue un tiempo valioso para encontrarme con Cervantes y, especialmente, con Sancho, ese personaje peculiar, a quien, después de tantas aventuras, nombran como gobernador de una ínsula. Su gobierno, es muy breve y termina en medio de conjuras, burlas y maldades que, ojalá, el buen lector se tome el tiempo necesario para analizarlas.

Cuando el pobre escudero resigna su mando, con sabiduría dice: “pensar que en esta vida las cosas de ella han de durar siempre en un estado es pensar en lo excusado”. Es decir, es un error.

En efecto, las cosas de la vida, por su propia dinámica, cambian de manera permanente. La vida no es estática, al contrario, fluye. Lo que hoy creemos eterno e inmutable, mañana resulta efímero y cambiante. En política abundan ejemplos sobre ello. El siglo pasado, la Unión Soviética, parecía que no tendría final, pero, en muy poco tiempo, luego de caer el muro de Berlín, pasó a ser sólo un recuerdo.

Otro caso es el gobierno de Rafael Correa. Hace un par de años, parecía que iba a gobernarnos por el resto de nuestras vidas. Ahora, vive en Bélgica y una serie de sus colaboradores están en la cárcel o a punto de entrar en ella. 

Parece que la política tiene sus tiempos. No existe ningún predestinado que vaya a gobernar para siempre. Eso debe entenderse. Es el fundamento de la democracia. Los funcionarios, las autoridades, cumplen ciclos y deben pensar en otras cosas. 

Lo deseable es que salgan como Sancho de su efímero gobierno. Cuando abandonaba el palacio dijo “Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano”. 

Pero algunos políticos latinoamericanos no entienden. Se aferran a los cargos y, cuando deben irse, quieren llevarse todo. Pocos son inteligentes y saben el momento de retirarse y, menos aún, los que lo hacen de manera decorosa, sin haber engrosado sus arcas personales a costa de las públicas. 

Otra lección, que deberían aprender de Sancho, es que dejó el gobierno para evitar seguir cayendo en el ridículo. 


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