miércoles, 21 de febrero de 2024

El Mundo desde mi ventana:

 

El mundo desde mi ventana

Sócrates puede vencer a Terminator

Gabriel Ulpiano García Torres

 
Una de las películas que marcó a nuestra generación fue, sin lugar a duda, “El Exterminador” de James Cameron. El thriller supone un futuro distópico en el que las máquinas, gobernadas por una inteligencia artificial, tratan de aniquilar a los seres humanos. Sin embargo, hay un foco de resistencia, encabezado por John Connor, que impide nuestro exterminio.  Con astucia, los autómatas envían al pasado, justamente a 1984, un robot «Terminator modelo T-800» para que asesine a Sarah, la madre del líder de la resistencia, antes de que su hijo nazca. 

Los sobrevivientes se enteran de esto y hacen que vaya al mismo año un soldado, Kyle Reese, para que salve a la progenitora del futuro héroe. Es una cinta llena de acción y aventura, centrada en defender la vida de la señora Connor.

En los días que vivimos, vemos como los dos grandes supuestos de la película, la inteligencia artificial y los viajes en el tiempo, son reales. 

En efecto, asombrado lector, los humanos tenemos la capacidad de movernos junto a Cronos. De hecho, hemos conseguido trasladarnos del pasado al presente desde hace más de dos mil años.  Si no me cree puedo demostrárselo. Seguramente tiene en su casa un artefacto para andar por distintas épocas. 

Pruebas al canto. Traigamos al ahora a Sócrates, Glaucón y Adimanto. Para esto basta con abrir el libro segundo de “La República” de Platón y, como si fuera un teletransportador de “Star Trek”, aparecerán ante nosotros y podremos conversar con ellos sobre la forma de educar a los que vienen y la importancia que tiene la paideia, es decir cultivar aquellas capacidades que, verdaderamente, nos hacen humanos.

Como vemos, los libros, al igual que el cine, permiten que el pasado sea presente y en muchas ocasiones vivir distintos futuros. 

De su lado, la Inteligencia Artificial, el segundo postulado en la trama protagonizada por Arnold Schwarzenegger, es una realidad. De hecho, en el mundo hay un enorme debate sobre sus límites y el control que debemos ejercer para evitar los riesgos que ciertamente trae, sin olvidar que es una magnífica herramienta para el progreso humano. 

Tal vez, el mayor peligro que enfrentamos es perder la voluntad para razonar. 

Poco a poco reducimos nuestra capacidad de memoria. Es cada vez más frecuente no retener cosas como las tablas de multiplicar. Esto es muy grave. Los recuerdos son hitos que nos afianzan en la vida. 

Ahora corremos el riesgo de ceder al «Chat GPT» la posibilidad de pensar libremente. 

Boris Pasternak, en “El doctor Zhivago”, decía, refiriéndose a la dictadura de Stalin, que “el mal peor, la raíz del mal futuro fue la pérdida de confianza en el valor de la propia opinión”.

Entonces, para evitar que las máquinas tomen el control e intenten asesinar a Sarah Connor, hay que traer a Sócrates. Que insista en la necesidad de educarnos, para no quedarse sólo con el conocimiento de la realidad, sino tratar de entenderla. Caso contrario, habremos construido un leviatán.  


domingo, 21 de enero de 2024

El mundo desde mi ventana: Terror

 

El mundo desde mi ventana
Terror

Gabriel Ulpiano García Torres


 
¿Cómo se explican las lágrimas de una mujer que perdió tanto? Esa pregunta rondó por mi cabeza, esa fría mañana del nueve de enero en la puerta del edificio de la Fiscalía General del Estado. La noche anterior el país sufrió una ola de atentados terroristas que, sin corazón y sin razón, destruyeron sueños y esfuerzos de muchos inocentes. 

La señora llegó con su marido para rendir su versión ante el fiscal encargado de indagar estos hechos vandálicos. Según contó, habían comprado, con un préstamo, un “San Remo” de un poco más de treinta años. Era un gran avance en su negocio de entregas a domicilio. Dejaron su pequeña motocicleta por un automóvil en el que, además de trabajar, podían llevar a sus pequeños a la escuela. 

Lo guardaban en un lote del papá de ella. Cuidaban su inversión, de casi tres mil dólares, con esmero.

Pero esa noche los delincuentes rompieron el vidrio del carro, le echaron gasolina y lo quemaron. Cuando los vecinos se alertaron era demasiado tarde. El automotor se incineró completamente y con él las ilusiones de esta joven familia. 

Allí ardían años de esfuerzo por construir un mejor porvenir. Él nunca había pensado, a pesar de su pobreza, en la delincuencia como forma de sustento; al contrario, siempre trabajó de manera honrada, pero el Estado no pudo protegerlo.

Esta es la historia de muchas familias. ¿Qué se puede decir a los padres que vieron a sus hijos muertos por balas disparadas desde armas compradas con dinero de la droga? ¿Se puede resarcir una vida?

¡Cuán grande debe ser el sufrimiento de la madre del fiscal abaleado inclementemente mientras iba a una audiencia! ¡Qué dolor deben tener sus hijos! Imagino la herida profunda de las familias que perdieron alguien por un secuestro o, a veces, por robarles un simple teléfono celular. Cuánta tensión hay en los hogares de jueces y fiscales que deben juzgar estos actos. 

Por eso resultan dolorosas las palabras de ciertos «políticos» que afirman que toda esta pesadilla no es más que un montaje. Con profundo egoísmo, que no les permite ver más allá de sus espurios intereses, quieren pintarse como paladines. Son almas pétreas, incapaces de ponerse en los pies del otro y solo pensando en llenar las enormes alforjas de su ego. 

Sin embargo, esa misma mañana y en el mismo pórtico, la mujer se secó sus lágrimas, dio una palmada a su marido y le dijo que “hay que levantarse y seguir”. No tenían un plan alternativo, ni certeza de lo que harían, pero sabían que estaban con vida y juntos. Con eso bastaba. 

Es la misma actitud de los ecuatorianos. A pesar de todo y de lo duro que ha sido vivir este tiempo, en el horizonte siempre hay un arcoíris que invita a soñar días diferentes. En el fondo somos un pueblo estoico, comparable con los faiques de la provincia, que son capaces de aguantar el invierno más crudo o la peor sequía, pero seguir con vida. 


jueves, 28 de diciembre de 2023

El mundo desde mi ventana: Umbrales

 El mundo desde mi ventana


Umbrales



Gabriel Ulpiano García Torres



 

El portón que recuerdo estaba en casa de los abuelos. Era enorme, rojo, tallado en madera. En realidad, eran tres puertas en una. Tenía dos enromes hojas y, en medio de la derecha, una pequeña que permitía llegar a la vieja casa. En el jardín pervivía una casuarina, tres dormitorios y las personas más buenas del mundo. 

Así era la casa paterna. 

No tengo memoria del hogar de mis ancestros maternos. Abuela Isabel nos dejó mucho antes de mi nacimiento. Tío Servio, a los veintiuno, murió después de una operación y don Ulpiano falleció mientras vivía en el vientre de mamá. 

Es la historia de mi familia, como debe ser la de muchos. 

Son las maderas con bisagras las que me recuerdan estas cosas. Esos pedazos maravillosos de magia que permiten paso a otros mundos. 

Abrir una y entrar en el estudio de papá, con sus libros, el humo de tabaco, su taza de café y las clases que debía preparar. Tras otra rezaba mamá, con su rosario, su devoción y una fe inquebrantable. 

Al salir del comedor quedaba la del patio de atrás.  Bajo un aro improvisado estaba la casa de Brutus, nuestro perro. Al fondo un corredor, lleno de orquídeas, que conducía al lugar donde reían los amigos. 

En la calle, los enrejados de metal no permitían que la traviesa pelota ingrese a los jardines. En medio de la vía, dos piedras servían como portería para los más interesantes partidos de fútbol del mundo. 

Al final de la tarde, cuando el sol caía con pereza sobre la ciudad, las verjas se abrían para que los bulliciosos chiquillos regresen a merendar. 

Era el momento para dejar el mundo de los grandes estadios, construidos en la mente infantil; e ingresar al de la noticias serias que emitía el aparato de televisión. 

En la mañana los primeros ruidos eran los de la puerta del baño. Unos y otros entraban y salían con prisa. El tiempo apremiaba; había que llegar al colegio, ir al trabajo o asistir a la eucaristía en San Francisco. 

Los umbrales siempre tienen algo de mágico. Es pasar de un mundo a otro. Permitir que las personas entren o salgan de nuestras vidas. Allí están, inmutables, abriendo o cerrando futuros y pasados. 

Lo mismo pasa cuando cambiamos de año. Es un vaivén para la esperanza. El deseo de mejorar, de que la vida sea plena.

En fin, que dispositivos tan interesantes son las puertas. Siempre dejan abierto el camino a las ideas. 




miércoles, 8 de noviembre de 2023

Notimercio: Censura

 

Censura

Gabriel Ulpiano García Torres

Llegué a Ray Bradbury y sus «Crónicas marcianas» por una reseña de Jorge Luis Borges. Después fue inevitable devorar «Fahrenheit 451» esa distopía que supone un mundo donde el papel de los bomberos no es apagar fuegos, sino quemar libros. Es una bella elegía a los textos y al pensamiento libre. Al final, con tristeza, el autor reconoce que no era necesario quemarlos, en un mundo en el que la gente no tenía ningún interés por leer. La reprimenda estaba demás. La humanidad había perdido su apetito por viajar a otras realidades a través del papel.

Sin embargo, la censura, que funciona a lo largo del tiempo, no se confiaba. Debía prohibir para servir fielmente a su amo, el poder.

Siempre se quiere manipular volúmenes, periódicos o emisoras radio televisivas. Desde muy temprano en nuestra historia, ha existido un delirio por prohibir. Las razones son variopintas, pero normalmente vienen desde los gobiernos o para evitar ofender a los dioses.

En nuestra época hemos construido otros númenes. Una de las deidades modernas que más sacrificios exige es la diosa “Seguridad” encargada de brindar tranquilidad a los simples mortales.  Siendo moradora contemporánea del Olimpo, no se conforma con un buey asado. Tampoco pide que entreguemos un hijo. Exige que cedamos parte de nuestra libertad.

Hay que ser prudentes en lo que escribimos, con quien nos relacionamos o a dónde vamos. Últimamente, puso su mirada sobre la Inteligencia Artificial. Quiere protegernos de ella.  Ve enormes amenazas con su irrupción en estas pasajeras vidas. Considera que es un invento que viene directamente del Hades. Si nos descuidamos, será quien decida por nosotros.

Con un soplo imperceptible sobre el oído del presidente Biden, dispuso poner trabas a este engendro.

No sirvieron los alegatos sobre sus beneficios; los consejos que puede brindar a un enfermo; las correcciones acerca de códigos de programación para tener, cada vez, mejores herramientas o los análisis prospectivos en términos de ciencia.

Pero no toma en cuenta que, el verdadero riesgo, ocurre porque no leemos. Mientras lo hagamos, esta sapiencia informática, no podrá arrebatarnos el placer de disfrutar a Borges.

jueves, 26 de octubre de 2023

El mundo desde mi ventana: Errancia


El mundo desde mi ventana


Errancia


Gabriel Ulpiano García Torres


Es muy popular, entre las leyendas humanas, la del Judío Errante. Aquel que, por haber maltratado al Nazareno, es condenado a vivir por toda la eternidad sin encontrar nunca un poco de reposo. La maldición, por su afrenta, fue impedirle hallar sosiego en cualquier parte del ancho mundo. 


En cambio, hay éxodos que, al no tener culpa, duelen más. Entre ellos, por supuesto, están los desplazados por la guerra. En el tiempo que nos ha tocado vivir, los vemos en Ucrania, Palestina, Israel, Yemen, Afganistán, Congo, Colombia y un largo etcétera que azota al globo. 


Generalmente, las familias no pueden salir unidas. Además de la huida está el drama de la separación. Escapar de la muerte es un bien, pero el resto de los días son inciertos. Llegar a un país de acogida es, sin duda, una odisea. 


A esto hay que sumarle la emigración por la pobreza que, quizás, es una expresión de violencia tan dolorosa como las armas. 


África y América Latina son fuente de un interminable envío de personas, dispuestas a jugarse la vida para lograr, en el paréntesis de su paso por la tierra, algo de quietud. 


Todos los días, las redes sociales y la televisión nos cuentan el drama a bordo de las pateras, peleando por no hundirse en las aguas del Mediterráneo. 


O el de los caminantes, sobre las selvas del Darién, que tratan de llegar vivos más allá de Panamá. Cuando lo consiguen, procuran arribar al Río Grande donde un nuevo drama los espera. 


Deambulan, por toda América, venezolanos expulsados de su patria porque Ate, la diosa de la locura, impera en la cabeza de aquellos que gobiernan ese hermoso jirón del planeta. Allí están, en los semáforos, con sus niños en brazos buscando una moneda para, sin saber muy bien a dónde, seguir su peregrinación. 


Hay otros cuya forma de huir se concreta en las alas de un avión. Muchos de ellos son ecuatorianos que van a España y que, con lágrimas en los ojos, dejan sus querencias y sus filias en pos de la anhelada tranquilidad. 


Luego, a veces de manera silente y ante la mirada impávida de sus gobernantes, están los campesinos, que se marchan por la falta de futuro. Abandonan la heredad que los vio nacer y se mudan a las barriadas pobres de la urbes, pequeñas o grandes, no para volver a sembrar ninguna planta, sino para enraizar sus sueños y renovar las esperanzas. 


Quizás la humanidad está condenada a errar sin rumbo. Lo que consideramos el hogar parece ser temporal. La única diferencia, con el maldito ultrajador de Jesús, radica en que ahora huyen quienes nunca hicieron daño a nadie. 


Llena de ira ver que los culpables de esta errancia sin fin no sufran pena alguna. Terminan su existencia en mansiones salidas de cuentos de hadas, en exilios dorados o en grandes yates que, irónicamente, coinciden con alguna frágil embarcación llena de gente de pobre. 


En fin, está claro que no se emigra en busca de dinero sino de paz. 


domingo, 1 de octubre de 2023

El Mundo desde mi ventana: Sueños y ausencias

 

El mundo desde mi ventana

Sueños y ausencias

Gabriel Ulpiano García Torres


Quizás lo más duro de la ausencia es la nostalgia y la impresión de cercanía de quienes ya no están. Afecta ver la casa paterna, en la que ahora vive otra familia. Se extraña la dulce sonrisa de la madre, el sonido de su voz o las bromas del padre. A veces, a la hora del café, quisiéramos volver al viejo comedor en el que, sentados todos, hablábamos de lo humano y lo divino. 

Cuando jóvenes, con arrogancia, despreciamos el tiempo, no entendemos lo grave de lo efímero. 

Luego, en la adultez, pasamos de victimarios a víctimas y son los hijos los que no dan importancia al tic tac del reloj. El ovillo, con el hilo de los días, se acaba pronto. Crecen, se van y la historia se repite. Es un bucle. En medio, como consuelo ante lo inevitable, quedan figuras, recuerdos. 

De repente, cuando hay un poquito de suerte, los que se adelantaron se presentan en sueños. Volvemos a conversar, nos reímos o, sin pensar, los abrazamos. Si da tiempo, les contamos nuestras cosas y escuchamos sus consejos. Su presencia es absolutamente vívida y solo se difumina con la llegada del alba. Ese amanecer es distinto. El día transcurre de otra forma. Es una mezcla de alegría por haberlos visto y de ganas de volver a encontrarlos. 

Luego, pueden pasar meses de morriña hasta que alguna cosa, a veces insignificante, los trae a la memoria. Entretanto, nos inventamos formas para vivir la separación que, sabemos, es temporal. Creamos ocupaciones, trabajo, angustias, para evitar pensar en el dolor de la partida, de lo que no volverá a ser. 

Sobre esto se ha escrito mucho y nunca es suficiente. La muerte que niega el futuro, la lucha entre lo eterno y lo temporal. Al final, la vida no es más que una breve pausa en medio del infinito. Hay que abrazarla y abonarla. La mejor manera es pasar tiempo con los cercanos, con quienes vale la pena hablar, aunque estén lejos.  Compartir con ellos es lo que nos hace humanos, quizás más que nuestra capacidad para simbolizar o razonar. 

En algún rincón de la conciencia también mora el amigo, aquel al que creíamos eterno pero que, al final y como todos, fue vencido por el tiempo. 

En fin, hay que hacer esa llamada que por cualquier nimiedad postergamos. Es un privilegio escuchar un «aló», entender que están allí y no tener que esperar a que Morfeo, alguna madrugada, esté de buen humor y los deje venir un momento.

Con los años sabemos que, una vez que viajan, Aurora, la diosa romana del amanecer, siempre está acechando para separarnos.

Pero, a lo mejor, lo único que existe son los sueños.





viernes, 11 de agosto de 2023

El mundo desde mi ventana: Paz y violencia

 El mundo desde mi ventana:

Paz y violencia

Gabriel Ulpiano García Torres


La historia política del Ecuador ha sido violenta. Desde nuestra génesis patria, hubo asesinatos sin sentido. La masacre de los patriotas, el 2 de agosto de 1809, marcó el devenir. Luego, la guerra por la independencia llenó de sangre y dolor a todo el país. Años después, el 6 de agosto de 1875, el magnicidio de Gabriel García Moreno puso otro hito imborrable, sólo comparable con la atroz muerte de los Alfaro el 28 de enero de 1912. 

Las últimas décadas del siglo pasado, tampoco están libres de muertes por razones políticas. Todas ellas irracionales y feroces. En Loja, durante la dictadura de los años setenta, el asesinato de Francisco Cumbicus, que buscó parar la lucha reivindicatoria del campesinado, quedó impune. 

El 29 de noviembre de 1978, el país se estremeció con el homicidio de Abdón Calderón Muñoz, que fuera candidato presidencial por el Frente Radical Alfarista y quien denunció un sinnúmero de atrocidades cometidas por la dictadura militar. El 17 de febrero de 1999 otro excandidato presidencial, Jaime Hurtado González, fue cobardemente acribillado. También había formulado denuncias extremadamente graves. 

Todo esto sin contar la represión de Estado que han sufrido periodistas, dirigentes, incluso militares y especialmente los movimientos populares. Hay que recordar la rebelión de los panaderos suscitada en Guayaquil el 15 de noviembre de 1922, contada de forma magistral por Joaquín Gallegos Lara, en su formidable libro “Las cruces sobre el agua” como alusión a los miles de cadáveres botados a la ría; nunca supimos exactamente cuánta gente murió. Tampoco olvidemos la masacre de AZTRA, que costó la vida a más de cien trabajadores de ese ingenio azucarero. 

Ahora las amenazas provienen de criminales asociados con el narcotráfico. La muerte de Fernando Villavicencio es inédita en nuestra historia política porque, por primera vez, son los grupos que están fuera de la ley los que abiertamente matan a un candidato presidencial. Se trata de una rebelión sin precedentes. Las mafias desafían, sin pudor, al Estado de derecho.  Esto exige, sin duda, una respuesta contundente. El poder ejecutivo debe actuar con mano dura y la justicia no puede permitir la impunidad. 

Sin embargo, hay que trabajar causas más profundas. Por supuesto, la primera clave está en la educación. Tenemos que erradicar la violencia en la formación de los que vienen. 

Cuando un canal de televisión promueve una serie donde los narcotraficantes son los héroes, no estamos dando un mensaje adecuado. El momento en que un grupo de periodistas deportivos, a gritos, se insultan y eso genera «audiencia» tampoco damos una señal correcta. 

Cuando los políticos, en lugar de debatir ideas, llegan al campo de la denigración personal, emitimos un mensaje extremadamente negativo. Ahora mismo hemos visto unos cuantos que, como el lobo con piel de oveja, aparentan tristeza, rabia y desesperación, pero en el fondo piensan como sacar réditos. 

Ojalá el terror que produce lo ocurrido en Quito, genere reflexión. La construcción de la paz es tarea permanente y conjunta. Debemos señalar, responsablemente, cuales son nuestros valores morales. 

La planificación del país es necesaria, pero es mucho más importante retomar los grandes ideales de la patria: una sociedad equitativa donde salud, alimentación, cultura o educación, sean un derecho colectivo, no una mera forma comercial. 

Por allí empezaremos a caminar por la senda del convivir pacífico y el progreso.