miércoles, 16 de enero de 2008

Golpe de Estado (Cuento)

La tarde languidecía tristemente sin que nada nuevo entrara por la puerta de su despacho o por su vida. El triste burócrata, arrimado con la mano en la mejilla sobre el viejo teclado de su máquina Olympia, escuchaba las noticias que la radio, desde muy temprano, empezó a transmitir. En la lejana Capital, un fuerte movimiento social quería destituir al Presidente de la República. Le parecía lo justo. Al fin y al cabo, al igual que todos sus antecesores, hizo muchas promesas pero muy pocas realidades. Algo parecido había sucedido en su juventud. Claro, los actores eran otros.

A sus mozos veinte años, con una carrera universitaria por delante, se convirtió, no con mucho esfuerzo, en dirigente estudiantil. La gloriosa Universidad Mayor de la Capital de la República, lo acogió en su seno para formarlo, instruirlo y, por supuesto, ayudarle a luchar junto al pueblo ¡Cuántos ideales corrían por la sangre de los universitarios!

Y cuanta sangre de la gente corría por las calles. Pero no era inútil. Era el abono para que el árbol de las nuevas generaciones crezca fuerte y con un follaje abundante.

Las recién asfaltadas avenidas que rodeaban a la nueva casona, con frecuencia, se convertían en el campo de batalla donde los estudiantes enfrentaban a las temibles fuerzas opresoras del régimen. Pero necesitaban que la masa los acompañe. Ese pueblo por el que peleaban diariamente y que, probablemente, no entendía nada de los altos ideales que los movían, parecía ajeno a su futuro. Como si no importara. Pero importaba. Su lucha era para ellos. Que falsos eran esos agentes del imperialismo, que insinuaban que los estudiantes eran manipulados por gente cuyo único afán era quedarse con la Universidad.

¡Ellos, los mejores pensadores de su época, manipulados! ¡Jamás! Como se les ocurría pensar en tamaña estupidez. Lo que pasaba era que, la oligarquía corrupta estaba asustada. Sentía perder sus espacios. Por fin habría una universidad del pueblo y para el pueblo. Ahí empezarían a cambiar las cosas.

Fue en una de esas revueltas donde la conoció. Llegó con una pequeña faldita de color azul que lucía muy bien con la blusa llena de flores y el suéter blanco sobre los hombros. No le gustaron mucho sus zapatos negros enfundados sobre unas pequeñas medias blancas, pero su sonrisa lo cautivó. Esos inmensos ojos negros cubiertos por rizadas pestañas no permitían que aleje su mirada ¿De donde salió esta chiquilla de tez blanca y voz de ángel? En medio de la revuelta hicieron amistad. Sandra, como se llamaba la joven, al igual que él, soñaba con una fuerte transformación social.

La frutería, que estaba frente a la Plaza Universitaria, era su lugar de reuniones y planificación revolucionaria. Y de encuentros furtivos, donde las miradas se cruzaban anhelantes. Poco a poco la amistad se fue profundizando hasta que una tarde el cómplice cuarto de un compañero, fue el lugar donde el amor se realizó plenamente. Sus torpes caricias y la timidez de Sandra produjeron un momento que pasó del pánico a lo sublime.

La pasión destronó rápidamente a los ideales revolucionarios. Sus nuevas preocupaciones se centraban en sus planes para el futuro. Al fin y al cabo, sus nobles compañeros de Partido, tenían controladas las cosas y, con ayuda de la Universidad, lograrían el necesario cambio social. Su idealistas profesores, alentaban a los alumnos sin ningún interés personal y sólo movidos por su profundo amor a las causa populares. ¿Habría mejores manos para dejar depositados sus sueños?

La necesidad de abandonar la Universidad y empezar a trabajar llego cuando Sandra le comunicó la llegada de su primer heredero. Aunque no estaban casados, esto no sería un obstáculo. Con el triunfo de la Revolución, el niño tenía asegurado su futuro. Sin embargo, para cumplir con los formalismos sociales y no decepcionar a los padres de ella, decidieron casarse. Lo hicieron en una vieja iglesia colonial del centro de la ciudad. Nombraron como padrino del novio a un viejo amigo de su padre, que para la época era subsecretario de agricultura. Fue quien le ayudó a conseguir empleo en el Ministerio. Entró como empleado de documentación y archivo. Sería un trabajo temporal. Cuando triunfe la revolución las cosas cambiarían. Sus nobles profesores no se olvidarían de él y de sus luchas, como no lo harían con nadie de este sufrido pueblo. Sin embargo, algunos sectores reaccionarios insistían en eso de la manipulación ¡Tamaña mentira!

Han pasado treinta y cinco años desde esas épocas. Llegaron cuatro niños más y una gigantesca hipoteca por la casa donde vive. También vino una deuda grande y de largo plazo por su Chevrolet Corsa. Aunque ya no trabaja en documentación, pues ahora es asistente administrativo III, las cosas en el País no han cambiado mucho. La Revolución se sigue trabajando. Sus profesores, ahora altos directivos de la Universidad, no han renunciado a sus ideales y aunque el imperialismo dice muchas cosas sobre el nepotismo reinante en esa institución, el hecho de que los hijos de sus maestros sean los nuevos profesores en la vieja Casona, es simple coincidencia.


Loja, inicios del 2007.

1 comentario:

Roberto dijo...

Genial Gabriel. Espero leer más. Un abrazo y felicidades