viernes, 13 de enero de 2012

Artículos de El Mecurio


El mal
Gabriel U. García T.

A veces tengo la impresión de que la mediática sociedad en que vivimos ya no cree en el mal. Lo considera como algo propio de las películas de terror y lejano a nuestra vida cuotidiana.  Pero nada puede estar más alejado de la realidad. El mal existe y  está, cada vez más, presente en nuestras vidas.

Un clarísimo ejemplo de su presencia son  las matanzas que psicópatas, agrupados en los carteles de la mafia mexicana, realizan frecuentemente. El otro día el doctor Raymundo Cea, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, nos contaba horrorizado como estas desequilibradas personas entonan himnos y alaban a la santa muerte. De hecho uno de los géneros musicales que se escuchan en el norte de ese hermano país es el narcocorrido. Que grave y preocupante es todo esto.

Pero el mal también está en realidades más cercanas y tremendas como el sicariato y los secuestros que, desafortunadamente, son cada vez más comunes en nuestro país.

Y está en otras cosas, aparentemente, menos graves pero de enorme repercusión para quien las vive. Su esencia se nota en la malosa acción del abogado que, de manera inescrupulosa, se queda con los bienes de otra persona. O en la actitud del funcionario que abandona su dignidad para convertirse en esbirro. También se ve en los arribistas que, no importa a que precio, quieren avanzar con sus carreras.

Por supuesto que el mal se puede oler, con toda su nefasta podredumbre, en los que ostentan el poder. Y no me refiero sólo al político sino también al mediático. La maldad es visible, en toda su dimensión, en el presentador de televisión que difama y calumnia a personas e instituciones sólo para satisfacer su enorme ego y alimentar su profunda ignorancia. Bien los describe Vargas Llosa en “Pantaleón y las visitadoras” cuando ilustra al locutor por el que todos en el pueblo están pendientes y sobresaltados para saber si hoy insulta a un familiar, a un amigo.

Pero, afortunadamente, todavía el bien es mayor en la humanidad. Y se nota en la caricia de la madre, en el abrazo del padre, en la conversación con el amigo. En el trabajo desinteresado de los quijotes de la educación. En el enorme sacrificio de los médicos y en la labor pastoral de los sacerdotes. Y está en la tierna sonrisa de mi hijo cuando,  sin darse cuenta, ha cometido una travesura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

asusta ver el presente y futuro que se esta creando para nuestros hijos.. El amor aún todo lo puede... Cuando se ve la inocencia de un niño, el amor de un padre, la caricia de una madre, el amor que se profesan los esposo, estoy seguro que este mundo tiene una gran esperanza....

Alvaro C.

Gabriel U. García T. dijo...

¡Claro que tiene una gran esperanza! Un abrazo