Cuando salió de Caracas sólo quería llegar a su casa. Seguramente su hija lo esperaría con ansia. Se abalanzaría sobré él, con un enorme beso. Luego buscaría afanosamente las maletas. Tenía la certeza de encontrar a su esposa con esa vieja pijama rosa.
- ¿Qué tal vida?
- El, respondería secamente con un “bien, gracias”.
La escena era tan común que prácticamente podía contarla de memoria. La vieja casa, heredada a sus padres, era el escenario. Como siempre, el dormitorio, con piso plástico rojo descolorido y una alfombra naranja que demostraba la necesidad urgente de limpieza, esperaban su conversación. El contando sus peripecias en el viaje, ella quejándose amargamente de Rosa.
- Está insoportable, tiene ocho años y se cree una señorita. No se que va a pasar cuando llegue a los quince.
- Sabes que si resulta el negocio, contestará él, puedo lograr un ascenso importante. Hasta podríamos comprar otro coche.
Por lo pronto Bogotá. En dos mil kilómetros más podría verla. ¿Para qué? ¿Para oír su voz, sórdida y ligeramente chillona que llega a los oídos como alfileres que se clavan en un muñeco de Budú? ¿Para verla con sus carnes gordas y flácidas sin ningún remedio? Los años habían pasado muy rápidamente. No era la chiquilla amable y cariñosa de tiernos dieciséis que conoció. Era una señora como cualquier otra, que vivía para la limpieza de su departamento y el arreglo de su hija. ¿Acaso esas viejas pantuflas se habían convertido en parte de su cuerpo?
No podía resignarse a ese futuro. El mundo debía ser algo más. Alguna luz de esperanza debía existir.
Su suegra, seguramente, estaría ahí.
- Vi un anillo divino en nuestra joyería, le diría esperando que convenciese a su marido de adquirir una nueva deuda
Si, la vieja quería exprimirlo hasta el tuétano. Vivía para ello. El pretexto era la nieta pero su objeto exprimirlo. Y su mejor herramienta era la hija. Ojalá lo dejaran en paz. Ojalá un rayo las partiese o por lo menos las dejara afónicas. Pero no, era demasiado pedir.
Los amigos, su único refugio, poco a poco lo habían abandonado. O mejor, el los había dejado. Claro, las arpías no les permitían reunirse, so pena de un pleito de padre y señor nuestro.
- Esos vagos son los que te consumen el dinero, diría la esposa
- Claro, insistiría la piraña (como en silencio llamaba a su madre política), por eso esta familia está de mal en peor.
El prefería no discutir. Al fin y al cabo no tenía ningún sentido ellas siempre se salían con la suya.
Del fútbol ni hablar.
- Los fines de semana son para la familia, repetía su mujer frecuentemente, quedé con mamá que iríamos a la finca.
Después de todo que podían importar sus sentimientos. Se había convertido en la fuente de ingresos. Nada más.
Una voz que anunciaba la salida de un vuelo para Japón, lo sacó de sus pensamientos
- ¿Por qué no? se dijo a si mismo y encaminó sus pasos al mostrador de la aerolínea nipona.
Bogotá 19 de junio de 2004.
miércoles, 9 de abril de 2008
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