Ataraxia
Gabriel U. García T.
Su barba ayudaba a disimular la tensión. El inusual brillo de sus ojos demostraba una inmensa ansiedad. Los extraños visitantes de oriente traían noticias que no deseaba escuchar. Había nacido un nuevo rey en los territorios que gobernaba. Trató de engañarlos para que lo condujeran hasta el niño. Los magos prometieron que lo llevarían, pero, cuando encontraron al infante y le dejaron sus presentes, para que el rey no se enterase, regresaron a sus tierras por otros caminos.
Entonces, Herodes, con profunda rabia, ordenó que se mate a todos los niños menores de dos años que habitaban en Belén. Quería controlar el destino, pero, la irónica muerte, lo destronó cuatro años después y el chiquillo que deseaba asesinar, se convirtió en el gran protagonista de la humanidad.
Trescientos años antes un chipriota, llamado Zenón, decía que la felicidad radica en obrar de acuerdo con uno mismo y con la naturaleza, siendo indiferente ante las vicisitudes de la vida. A esta serenidad, para enfrentar las cosas que no podemos controlar, los griegos la llamaban ataraxia. Herodes tenía el mando, pero siempre estuvo perturbado por mantenerlo.
En el mundo abundan tipos así, aquellos que desean controlar el poder por encima de todo. Están dispuestos a matar para mantenerse en el trono. Sin embargo, su condena es no encontrar serenidad.
La felicidad es librarnos de la ansiedad por alcanzar cosas efímeras y vanas. Busquemos la ataraxia.
@gulpiano1
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