Autodeterminación
Gabriel U. García T.
Firmar un acuerdo de paz, sobre un conflicto que se inició antes de que el Ecuador naciera como república, no fue fácil. Tampoco en el lado peruano. Allá tuvieron que ser dos cancilleres los encargados del proceso final. El primero, el doctor Eduardo Ferrero, renunció por lo que implicaba el asunto de Tiwintza. El segundo, el doctor Fernando de Trazegnies, que había sido parte de un grupo inicial de diálogo convocado por el profesor Roger Fisher de la Universidad de Harvard, fue quien suscribió el acuerdo. Sobre esto escribió un largo libro, de setecientas treinta páginas, titulado “Testigo Presencial”.
Lo que llama la atención es que todas las decisiones siempre se tomaron desde las más altas esferas del poder. Nunca se consultó a la gente que vivía en la frontera. Las élites decidían en sus reuniones en Lima, Quito, Brasilia o Washington.
Pero esto no es nuevo para los pueblos alejados.
Cuenta el doctor Pío Jaramillo que, por estos lares, cuando era gobernador del Yaguarzongo don Diego Vaca de Vega, en 1653, envió una carta dirigida al Virrey del Perú, en la que informaba que la producción de oro, en los últimos cuatro años, había sido de nueve mil doscientos kilogramos. Al valor actual, representarían algo más de quinientos diez millones de dólares. La gente ignoraba, completamente, lo que esta inmensa riqueza significaba.
Tres siglos después, los habitantes de este jirón de la patria lo siguen ignorando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario