Niños, sicarios y armas
Gabriel Ulpiano García Torres
Hace pocos meses, disfrutaba el momento de guardar el carro. Podía ver la ciudad tranquila o, como diría Gardel, “cuándo el músculo duerme y la ambición descansa”. Ahora, se ha convertido en tarea que debe cumplirse lo más temprano posible.
Como la calle del garaje es oscura y sin asfaltar, transita poca gente. En tiempos de noticias macabras, no deja de invadirme una sensación de inseguridad. Con el paso de una motocicleta, como si fuera algún tipo de reflejo, mis sentidos se ponen en guardia. Parece que uno está indefenso.
En ese momento me pregunto si sería bueno portar un arma. Pienso en el derecho a defendernos, a proteger a la familia y me siento tentado.
Sin embargo ¿realmente una persona va a estar más segura si está armada?
Probablemente se enfrente a gente experimentada, que podría acabar con su vida fácilmente. Ciertamente habrá quien tenga habilidad con estos adminículos, pero la gran mayoría no estaríamos en capacidad de reaccionar.
El camino para tener una sociedad más civilizada, seguramente, no pasa por los lugares donde impera la fuerza sino por aquellos sitios donde gobierna la razón. Portar armas nos aleja del progreso ético y nos lleva de nuevo a las fronteras de la barbarie. La especie humana no pudo mantenerse y evolucionar gracias a la fuerza sino, en el sentido aristotélico, a su capacidad para razonar. Esa es nuestra gran ventaja.
Cuando una sociedad está forzada a armar a sus ciudadanos, no se trata de ninguna victoria. Siempre será una derrota; precisamos usar nuestro lado salvaje para salvar la vida.
Decía Rosa Montero, en su columna de «El País» que para medir el desarrollo democrático usa estos cuatro factores: “la situación de las mujeres, la salud bucodental, la salud mental y la manera en que se trata a los animales”. ¿Qué podemos decir del avance de la democracia en una nación que piensa resolver sus conflictos a bala?
Al parecer, en sociedades dónde la cultura tiene raíces profundas la violencia no crece. Las actividades que forman el espíritu actúan con mucha fuerza contra las malezas abonadas por la violencia.
Cuando un niño es atendido de manera adecuada, no sufre hambre, estudia y tiene oportunidades culturales, muy probablemente no será reclutado como sicario.
Seguramente, con la angustia que sentimos, ese nos resulta un camino lejano y utópico, sin embargo, es el único seguro.
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