viernes, 11 de agosto de 2023

El mundo desde mi ventana: Paz y violencia

 El mundo desde mi ventana:

Paz y violencia

Gabriel Ulpiano García Torres


La historia política del Ecuador ha sido violenta. Desde nuestra génesis patria, hubo asesinatos sin sentido. La masacre de los patriotas, el 2 de agosto de 1809, marcó el devenir. Luego, la guerra por la independencia llenó de sangre y dolor a todo el país. Años después, el 6 de agosto de 1875, el magnicidio de Gabriel García Moreno puso otro hito imborrable, sólo comparable con la atroz muerte de los Alfaro el 28 de enero de 1912. 

Las últimas décadas del siglo pasado, tampoco están libres de muertes por razones políticas. Todas ellas irracionales y feroces. En Loja, durante la dictadura de los años setenta, el asesinato de Francisco Cumbicus, que buscó parar la lucha reivindicatoria del campesinado, quedó impune. 

El 29 de noviembre de 1978, el país se estremeció con el homicidio de Abdón Calderón Muñoz, que fuera candidato presidencial por el Frente Radical Alfarista y quien denunció un sinnúmero de atrocidades cometidas por la dictadura militar. El 17 de febrero de 1999 otro excandidato presidencial, Jaime Hurtado González, fue cobardemente acribillado. También había formulado denuncias extremadamente graves. 

Todo esto sin contar la represión de Estado que han sufrido periodistas, dirigentes, incluso militares y especialmente los movimientos populares. Hay que recordar la rebelión de los panaderos suscitada en Guayaquil el 15 de noviembre de 1922, contada de forma magistral por Joaquín Gallegos Lara, en su formidable libro “Las cruces sobre el agua” como alusión a los miles de cadáveres botados a la ría; nunca supimos exactamente cuánta gente murió. Tampoco olvidemos la masacre de AZTRA, que costó la vida a más de cien trabajadores de ese ingenio azucarero. 

Ahora las amenazas provienen de criminales asociados con el narcotráfico. La muerte de Fernando Villavicencio es inédita en nuestra historia política porque, por primera vez, son los grupos que están fuera de la ley los que abiertamente matan a un candidato presidencial. Se trata de una rebelión sin precedentes. Las mafias desafían, sin pudor, al Estado de derecho.  Esto exige, sin duda, una respuesta contundente. El poder ejecutivo debe actuar con mano dura y la justicia no puede permitir la impunidad. 

Sin embargo, hay que trabajar causas más profundas. Por supuesto, la primera clave está en la educación. Tenemos que erradicar la violencia en la formación de los que vienen. 

Cuando un canal de televisión promueve una serie donde los narcotraficantes son los héroes, no estamos dando un mensaje adecuado. El momento en que un grupo de periodistas deportivos, a gritos, se insultan y eso genera «audiencia» tampoco damos una señal correcta. 

Cuando los políticos, en lugar de debatir ideas, llegan al campo de la denigración personal, emitimos un mensaje extremadamente negativo. Ahora mismo hemos visto unos cuantos que, como el lobo con piel de oveja, aparentan tristeza, rabia y desesperación, pero en el fondo piensan como sacar réditos. 

Ojalá el terror que produce lo ocurrido en Quito, genere reflexión. La construcción de la paz es tarea permanente y conjunta. Debemos señalar, responsablemente, cuales son nuestros valores morales. 

La planificación del país es necesaria, pero es mucho más importante retomar los grandes ideales de la patria: una sociedad equitativa donde salud, alimentación, cultura o educación, sean un derecho colectivo, no una mera forma comercial. 

Por allí empezaremos a caminar por la senda del convivir pacífico y el progreso.



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