Historia del hambre
Gabriel Ulpiano García Torres
En “Los miserables” Víctor Hugo narraba con extraordinaria dureza la vida de la gente más pobre de Francia, a inicios del siglo XIX. Una de las cosas que más estremece en su lectura es el pasaje donde conocemos a la pequeña Cosette, huérfana y con apenas unos harapos para soportar el crudísimo invierno.
Otro libro que sin duda marca el alma es la “Trilogía de Auschwitz” de Primo Levi, donde cuenta la inmensa tragedia de los campos de concentración nazis y cómo los alemanes lograron que los recluidos pierdan su condición de humanos. El hambre es el rasgo común entre ambas historias. Tanto a los indigentes de París de principios del siglo decimonónico como a los prisioneros de Dachau se los gobernaba y se los despojaba de sus rasgos de hombres, privándolos de alimentos. Lo mismo hizo Stalin con los ucranianos, como narra con detalle Vasili Grossman en “Todo fluye”; les quitó toda la comida, acusándolos de provocar escasez en Moscú y cuando vino el invierno fueron millones los que murieron de hambre.
Todo este dolor parecía haber sido superado por la raza humana, sin embargo, en nuestros días vuelve a ser una inenarrable realidad. Los niños asustados, sin comida y con frío están en Gaza, en Ucrania o en la selva del Darién. Los hombres siguen intentando escapar de nuevos comisarios Javert. La diferencia, quizá, está en el delito. El personaje de Hugo, Juan Valjean, robó un pan para alimentar a su hermana y sus sobrinos y fue perseguido toda la vida. Roberto Beristain cruzó el Río Grande y en el Gran País del Norte trabajó en los restaurantes de Indiana. Cuando por fin la vida le sonreía y podía mantener a los suyos, fue brutalmente expulsado de esa tierra, a la que no podrá volver nunca.
Hace algún tiempo, el pequeño Samuel de solo seis años de edad, apareció ahogado en una playa española cuando intentaba llegar a Europa desde el Congo. Hay muchos samueles más que mueren sin siquiera tener oportunidad de empezar a vivir.
Si alguna vez queremos escribir una historia que permita no cometer los mismos errores, habrá que hacerlo desde la perspectiva del dolor y el sufrimiento.
Nuestro devenir como especie ha sido sufrir y no de una manera existencial, privilegio que corresponde a unos pocos; sino por causas más terrenales como los propios hombres, la injusticia o la separación de quien se quiere.
Hoy con las noticias que llegan de los cuatro costados del mundo, parece que nos avocamos nuevamente a una época con millones de gentes sufriendo y otros tantos miles de personas dolidas por la injusticia. Como antes, a muchos no les importará lo que pasa o, simplemente, se verán impotentes de hacer algo para que las cosas cambien.
Bienaventurados los que ostentan el poder y deciden por todos porque de ellos será el reino de este mundo. Los otros, los “nadies” a los que se refería Galeano, son culpables por haber visto la luz en las regiones pobres de la Tierra. Sobre ellos caerá todo el peso de la ley pensada, por supuesto, por los de arriba.
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