Despedida
Gabriel Ulpiano García Torres
Esta noche no sentirás frío. El gélido mármol sólo cobija lo que queda de tu cuerpo. Tú te fuiste al lugar donde viajan las almas buenas, a veces, incomprendidas. Tus lápices ahora dibujan nubes y tus pinceles llenan de celeste el cielo. Cuando nos despedíamos, esta tarde, no pude dejar de recordar las mil peripecias que hicimos en la época en la que el tiempo no era un problema.
¿Te acuerdas cuándo fuimos a Guayaquil a ver un clásico del astillero? Nos llevaste a la general “Carlos Muñoz”. Ubicados justo al borde de la barra con Emelec, parecía raro que la gente llevara plásticos si no iba a llover. Luego, cuando en medio del partido, empezaron a volar todo tipo de líquidos entre las barras rivales, entendimos porque era tan útil tener algo con que cubrirse. Al final me parece que la victoria fue de tu Barcelona del alma y entonces no importó lo sucios que estábamos ni tener que caminar largos kilómetros hasta llegar al modesto hotel.
De repente nos alcanzó la vida adulta y con ella las responsabilidades. Como siempre pasa en estos casos, ya no pasábamos tanto tiempo hablando de lo humano y lo divino porque cada cual debía atender sus propias alegrías y, como no, sus nuevas penas.
Te dedicaste a trabajar. Debías salir adelante. No había sol, ni lluvia que impidieran que cumplas tus contratos. ¡Cuántos rincones y letreros llevan tu firma! A veces, no se comía, pero eso no impedía que enfrentaras la vida con alegría, sin malicia en el corazón.
De mi lado monté un pequeño negocio, que tú mismo decoraste. Era un poco raro. Por la noche solíamos estar más gente detrás del mostrador que los clientes que llegaban. Era un hermoso pretexto para encontrarnos, a veces jugar ajedrez, contar historias, reírnos de todo y, por su puesto, tomar alguna que otra copa para pasar los pocos tragos amargos que la vida empezaba a ofrecer.
Después, por un tiempo que se hizo eterno, tuve que irme a buscar la vida por lejanos lares. Al regresar las cosas eran iguales, pero diferentes. Ya no había tiempo para verse. Cada cual, como Sísifo, llevando durante el día la piedra hasta la cima de la montaña para que por la noche volviera caer y, a la mañana siguiente, volver a empezar.
Me parece que fue por esos días cuando entraste en esa caverna de la que no quisiste salir y de la que, a lo mejor, tampoco hicimos grandes esfuerzos por sacarte. Imagino que allí las sombras parecían ser la realidad, como pensaba el viejo griego. En esa penumbra el dolor de la vida no era tan fuerte.
Ahora tu hijo te llora desconsolado. Quizás estas letras son para él, para que sepa lo que dijo Miguel Hernández:
“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor."
Nunca cicatrizaron, siempre fueron llagas viva que hoy por fin sanan. Tu espíritu vuelve a ser libre, a sonreír y a festejar los goles del equipo más popular del Ecuador.
Buen viaje amigo Galo. Pronto nos veremos.
Loja, 7 de noviembre de 2025.

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