El mundo desde mi ventana
Umbrales
Gabriel Ulpiano García Torres
El portón que recuerdo estaba en casa de los abuelos. Era enorme, rojo, tallado en madera. En realidad, eran tres puertas en una. Tenía dos enromes hojas y, en medio de la derecha, una pequeña que permitía llegar a la vieja casa. En el jardín pervivía una casuarina, tres dormitorios y las personas más buenas del mundo.
Así era la casa paterna.
No tengo memoria del hogar de mis ancestros maternos. Abuela Isabel nos dejó mucho antes de mi nacimiento. Tío Servio, a los veintiuno, murió después de una operación y don Ulpiano falleció mientras vivía en el vientre de mamá.
Es la historia de mi familia, como debe ser la de muchos.
Son las maderas con bisagras las que me recuerdan estas cosas. Esos pedazos maravillosos de magia que permiten paso a otros mundos.
Abrir una y entrar en el estudio de papá, con sus libros, el humo de tabaco, su taza de café y las clases que debía preparar. Tras otra rezaba mamá, con su rosario, su devoción y una fe inquebrantable.
Al salir del comedor quedaba la del patio de atrás. Bajo un aro improvisado estaba la casa de Brutus, nuestro perro. Al fondo un corredor, lleno de orquídeas, que conducía al lugar donde reían los amigos.
En la calle, los enrejados de metal no permitían que la traviesa pelota ingrese a los jardines. En medio de la vía, dos piedras servían como portería para los más interesantes partidos de fútbol del mundo.
Al final de la tarde, cuando el sol caía con pereza sobre la ciudad, las verjas se abrían para que los bulliciosos chiquillos regresen a merendar.
Era el momento para dejar el mundo de los grandes estadios, construidos en la mente infantil; e ingresar al de la noticias serias que emitía el aparato de televisión.
En la mañana los primeros ruidos eran los de la puerta del baño. Unos y otros entraban y salían con prisa. El tiempo apremiaba; había que llegar al colegio, ir al trabajo o asistir a la eucaristía en San Francisco.
Los umbrales siempre tienen algo de mágico. Es pasar de un mundo a otro. Permitir que las personas entren o salgan de nuestras vidas. Allí están, inmutables, abriendo o cerrando futuros y pasados.
Lo mismo pasa cuando cambiamos de año. Es un vaivén para la esperanza. El deseo de mejorar, de que la vida sea plena.
En fin, que dispositivos tan interesantes son las puertas. Siempre dejan abierto el camino a las ideas.
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