Sinvergüenzas
Gabriel Ulpiano García Torres
Hay diosas a las que poco recordamos. Una de ellas es Aidos, la deidad que representa la vergüenza y el pudor. Zeus la envió a la tierra cuando Prometeo robó el fuego del saber. Conocía las consecuencias que tiene usarlo alegremente. Quería asegurarse de que se aprovechara con prudencia, es decir con sabiduría. La gente debía avergonzarse al servirse de este divino regalo para fines protervos.
El hijo de Cronos era consciente de la enorme belleza de la numen que enviaba a morar con los hombres. Suponía que nadie se alejaría de un ser especialmente hermoso. Estar con ella equivalía a vivir junto a la perfección personificada. Sin embargo, estaba equivocado. Ella, poco a poco, fue volviendo a escalar el monte Olimpo.
Su ausencia, en los tiempos que corren, es notoria. Hace algunos años, Jesús Quintero, un potente intelectual español que conducía “El loco de la colina”, programa producido para la televisión y dedicado al mundo de las ideas, reclamaba airado que, aunque siempre ha habido analfabetos, la incultura y la ignorancia antes se vivían como una vergüenza y no como ahora con gente que presume “de no haberse leído un puto libro en su jodida vida, de no importarle nada que pueda oler, levemente, a cultura”. Y es verdad.
Pero el abandono de Aidos también se ve en la política. Ernesto Sabato, en la cuarta carta de “La resistencia” reclamaba que “mientras miles de hombres se desviven trabajando cuando pueden, acumulando amarguras y desilusiones…casi no hay individuo que tras su paso por el poder no haya cambiado, en apenas unos meses, un modesto departamentito por una lujosa mansión con entrada para fabulosos autos”. Luego los lucen sin reserva alguna. Incluso invitan a sus vecinos quienes, en voz baja al ver los inicuos bienes, dicen que en realidad pertenecen a todos los ciudadanos. A este grupo de caraduras hay que sumarle al contratista tramposo que, a punta de coimas y de la pobreza de terceros, sostiene una gran vida. Generalmente, trabajan asociados con los mentados por Sabato.
Ciertamente, la deserción del pudor también es consecuencia de los nuevos dioses que los hombres han creado. Entre ellos el dinero fácil. Para honrarlo nació una especie que deturpe, la de los narcotraficantes. Ahora, con su surgimiento, el asesinato ni siquiera debe causar un leve rubor. La vida de los hombres no vale nada y por lo tanto no hay porque cometerlos a escondidas. Es más, se deben presumir. Las calles tienen que enterarse de quien siega la existencia de otro ser humano y reconocerlo como un héroe.
Todas estas cosas sin duda son abominables, pero permítame, querido lector, que abuse de su tiempo y también de un rapapolvo para otro tipo de gentes de los cuales Aidos fue la primera en separarse. Hablo de los chupatintas, esos pequeños funcionarios en cargos sin importancia y que hacen la vida amarga a la gente, sólo para sentir un efímero poder. Sin que la piel se les torne rosácea, impiden o conceden con gracia propia del mismismo Zeus. A veces, su maldad puede convertir la vida de otros en un verdadero infierno.
De una cosa estoy seguro, la carencia de vergüenza es uno de los grandes males de este siglo. Para quienes no la tienen, hay un círculo de los descritos por Dante esperándolos.
Loja, 7 de julio del 2024.
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